Este es tu camino, Paul: Parte 1
Decimoséptima entrega de Tres Estrellas, el newsletter quincenal de La Pelota Siempre Al 10.
Buenas! Cómo andás? Por acá estamos muy ilusionados con la vuelta de El Producto, que no sabemos si promete buen fútbol (ojalá) pero sí sabemos que nos dará mucho que hablar en todo el resto de los temas. Cuándo llegarán los primeros cambios de reglamento sobre la marcha? Cuántos DTs llegarán a la décima fecha en su cargo? Qué hechos delirantes nos harán recordar lo mucho que queremos a la liga de los campeones del mundo? Todas preguntas que no nos dejan dormir.
Mientras tanto Tres Estrellas no para y hoy te traemos la historia de un ajedrecista del siglo XIX. Sí, así como lo leés. Hasta nos pareció tan buena que preferimos meterle suspenso y recién en la próxima entrega vas a tener la historia completa. Creenos que vale la pena….
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Ahora sí, te dejamos con el texto exclusivo de esta entrega escrito por Emiliano Rossenblum. Que lo disfrutes!
Alonzo Morphy tenía muy claras las prioridades de la vida. Primero que nada venía el trabajo; segundo, el trabajo; y tercero, el trabajo. Era juez de la Corte Suprema de Louisiana (Estados Unidos), un típico hombre de clase alta en la primera mitad del siglo XIX.
Solo los domingos se apartaba de los asuntos legales para disfrutar de la vida en familia y una de sus actividades predilectas era juntarse con su hermano Ernest a jugar al ajedrez. Los acompañaba en esos momentos el hijo de Alonzo, Paul.
El niño dejaba de lado durante ese rato las actitudes propias de su cortísima edad para apreciar el espectáculo sin emitir siquiera una acotación. En la galería que daba al patio de la casa de los Morphy* el momento de jugar estaba rodeado de una solemnidad enorme y nada perturbaba la paz hasta que la partida terminaba.
La rutina se repetía cada semana y Paul no faltaba a uno solo de esos encuentros. Tan imponente era todo durante esos ratos que él ni siquiera participaba de los comentarios que su padre y su tío (ambos ajedrecistas de muy buen nivel, cabe decir) hacían sobre la partida al finalizarla; simplemente se limitaba a retirarse callado hacia su habitación.
Un domingo a mediados de 1845 Ernest movió un caballo hacia una posición arriesgada pero no más de lo habitual en su juego característicamente ofensivo. Sin embargo, al mirar hacia su derecha notó una mueca de visible disgusto por parte del niño. Parecía querer decir algo, pero finalmente reprimió el deseo y Ernest decidió pasar por alto aquel detalle.
Algunos minutos después se vio obligado a pedirle tablas a Alonzo y su hermano las aceptó. Ambos se disponían a charlar de la partida cuando el pequeño Paul dijo una frase que cambiaría su vida: “El tío debería haber ganado”.
La mirada condescendiente de ambos jugadores se fue transformando mientras aquel infaltable espectador volvía a poner las piezas en las posiciones que estaban al momento de que Ernest arriesgara a su caballo. Movimiento a movimiento les explicó qué debería haber hecho para conseguir un jaque mate mucho más sencillo y sin involucrar esa jugada.
Su tío quedó impresionado y eso no era nada fácil. En ese momento era reconocido como uno de los mejores jugadores de Nueva Orleans, la ciudad más grande del estado de Louisiana, pero desde ese instante dejaría su carrera de lado para pulir aquel diamante en bruto que era su sobrino.
El problema fue que había poco por enseñarle. En cuestión de días demostró poder vencer a su padre, a su abuelo materno (otro frecuente rival de Alonzo en esas jornadas de domingo), y no pasó mucho hasta que el propio Ernest tuviera que resignarse ante la superioridad del niño prodigio. Nunca había tocado un libro de ajedrez ni lo haría hasta años después, su método de aprendizaje había sido enteramente a través del visionado de esas partidas en la galería de su casa.
Fue entonces que por primera vez escuchó una frase que más tarde odiaría. Cuando a los pocos meses empezó a enfrentarse -y ganarles- a otros rivales fuera del ámbito familiar con pasmosa facilidad, su tío le dijo “Este es tu camino, Paul”. Y Paul asintió tímidamente.
En diciembre de 1845 se jugó una serie de partidas para determinar extraoficialmente quién era el mejor ajedrecista de Estados Unidos (algo sin precedentes en la historia del país) y la casualidad quiso que se juegue en Nueva Orleans y que uno de los contendientes, Eugene Rousseau, tenga un gran respeto por Ernest Morphy ya que lo enfrentaba con frecuencia.
Así fue como el tío de Paul estuvo presente en aquellos históricos enfrentamientos como mano derecha de Rousseau, y por supuesto no perdió la oportunidad de llevar a su sobrino a ver lo que hoy es considerado como el primer campeonato estadounidense de ajedrez (no oficial, está claro).
De algo le habrá servido a aquel pequeño porque tres años después ya era considerado el mejor ajedrecista de la ciudad por encima de Rousseau y de Ernest. Cuando se enfrentó contra a uno de los mejores jugadores del mundo, el húngaro Johann Löwenthal, lo barrió de forma incontestable en las tres partidas que jugaron. Para ese momento además ya comenzaba a jugar algunas partidas con los ojos vendados para añadirles dificultad.
Había aún así alguien reticente a la repentina fascinación que su hijo despertaba en el ambiente ajedrecístico. Alonzo consideraba que el estudio debía ser la principal prioridad de su hijo y decidió que solo tendría permitido jugar los domingos. El objetivo principal era que consiguiera su título de abogado lo antes posible y seguir los pasos que indicaba la tradición familiar.
Así fue durante los siguientes años, en los que Paul demostró ser una mente brillante en todos los ámbitos académicos. Se graduó con honores del St. Joseph’s College para luego batir todos los récords de precocidad en el estudio de la abogacía, carrera en la que demostró poder destacar con más facilidad todavía que en el ajedrez.
Los relatos de quienes lo conocieron indican un nivel de inteligencia y retención de datos muy por encima de la media. Por eso esta vez fue Alonzo el que pronunció la frase ante su hijo: “Este es tu camino, Paul”. Y Paul asintió exactamente como había hecho ante su tío años antes.
En efecto durante toda esa etapa el prodigio se desinteresó mucho por el juego, entreteniéndose únicamente jugando contra amigos o su tío dándoles ventajas de una o más piezas, dos movimientos al inicio o incluso jugando sin reina. Eso no impedía que siguiera ganando buena parte de esos duelos.
A pesar de todo eso su camino sufrió un par de cambios muy significativos. El primero fue la muerte de su padre, aquel que lo marcó con la cultura de que el trabajo no solo es lo más importante sino prácticamente lo único en lo que debía enfocarse. El segundo fue que su graduación con tantos honores hizo que le prometieran un puesto menor en la Corte de Louisiana, pero recién podría acceder a él cundo cumpliera 21 años.
Paul era un joven que apenas sumaba dos décadas en el mundo con una posición económica de lo más cómoda, tenía trabajo asegurado desde el año siguiente y la persona que más lo alejaba del ajedrez ya no estaba presente. Mientras tanto, jugadores de todo el país comenzaban a organizarse para una iniciativa completamente innovadora. La mezcla de todo eso sería un antes y un después… que te vas a enterar en nuestra próxima entrega de Tres Estrellas.
* Esa casa actualmente se mantiene casi intacta pero funciona como restaurante en lugar de vivienda. Es impresionante ver que más de 150 años después luce así.
Un poquito ma’
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https://twitter.com/SiempreAlDiego/status/1692301720196636953
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